EL BOTÓN
Violencia desmedida y muy injustificada, sólo queda la devastación de esa fuerza. El imperio de las ideas puede conseguir cualquier cosa, también esto. Casi llegado al otro extremo, tal vez ahora, me pudieran no importar esas señales, son la constatación de una “grandiosa certeza” de que todo se puede conquistar.
El placer inmediato de ver al otro inasible convertido en un puñado de cenizas o de nervios y tan desfigurado que ya no lleguen ni siquiera a rozarme una sóla de sus palabras.
Lo que al otro le ocurre, la distancia insalvable a cualquiera igual como a mí mismo, todo eso, desaparece, soy entonces el amo de todo, tengo poder sobre la vida y sobre la muerte. Aquella que escribía tan bien ya nada más expulsa por la boca los mismos sapos que he procreado yo, da golpes contra la mesa, no hay ya más fondo ni más por qué que el que yo puedo manejar. Nadie renace literalmente de sus cenizas, la poesía, el mundo inmenso de lo aparente, es fácil de configurar y desconfigurar; así, pasando por encima de todos y cada uno de los principios éticos y estéticos, la realidad coincide con lo que yo “deseo” y sin necesidad de pactar ni con dios ni con nadie, en realidad tengo ya tal poder, que ya no quiero de nada. ¿Dónde podría ir ya un ser desprestigiado, aniquilado y empobrecido hasta para su propia imagen?, sigue teniendo la obligación de desviar el rostro hacia otro lado porque “yo” me he instalado en el centro de su mirada, no hay un minuto ni en el día ni en la noche en el que abra los ojos y no me vea a mí, que me odie o que me ame me da completamente igual porque yo tampoco lo diferencio, el otro dice de mí cosas incomprensibles, las oigo desde lejos, indescifrables, frías, huecas, ruidos y nada más; conservo alguna idea que me señala aproximadamente cuándo es más o cuándo es menos, pero se queda en el quicio de mi puerta sin jamás llegar a entrar, he suprimido la angustia, podría estar años y décadas así sin inmutarme, soy un psicótico.
Jamás me hablaron de acariciar ni de utilizar palabras para llegar todo lo lejos que yo quería llegar, desconozco ese mundo por completo al que admiro y lo nombro como bello, “bello” no es más que otra palabra con la que desvarío y a veces hasta consigo que coincida con lo que dicen de mí, he perfeccionado a tal punto mi maquillaje que LOS DEMÁS me reconocen por un exquisito gusto por todo eso que denominan bello, en mi interior siento el mismo gesto frío e insípido y esta costumbre de aullar contra viento y marea, yo ya no muerdo cuando abro la boca, yo desgarrro, lo hago lentamente y con placer, es la única sensación con la que consigo estar a cercana distancia de esos OTROS … cuando gritan, se zarandean, se encogen, se desfiguran, veo en ellos lo mismo que antes sentía en mí. Algunos han preferido que los matara, otros se quieren ellos mismos destruir, no son capaces de emular esa belleza de la que tanto hablan, yo nada más hago que poner en marcha un dispositivo y, donde antiguamente era yo el que sentía frío o calor, ahora percibo un espectáculo dantesco pero muy bello, es el placer de la destrucción sin que se irrite un sólo pelo de mi cabello.
Ahondo y me ejercito en libros en los que encuentro filosofías y ejemplos múltiples de cómo es esto, no soy el único, estoy protegido por un vasto bagaje cultural que voy acumulando y lo coloco aquí o allá según me sea necesario para la situación, de lo minúsculo no se absolutamente nada. Antiguamente todo eran faltas, espacios que yo tenía que rellenar con voces y más que voces, alaridos, deformaciones escritas que de nada me servían, jamás ese ejercicio me consiguió tanto placer como el de ver los cuerpos DELOSAJENOS desfigurados con yo tan sólo manipular el botón.
20 de abril de 2010
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